La institución de los faraones comienza con Narmer, que unifica Egipto mediante una audaz conquista militar. Para consolidar su poder, utiliza el simbolismo con su figura, representada como un líder divino y vengativo en la paleta de Narmer. Los faraones que le suceden se apoyan en el poder heredado. Como líderes de la fe egipcia y personificaciones vivas de Horus, juran proteger el orden cósmico (maat) y regular la inundación anual del Nilo. Durante el reinado de Zoser, comienzan las construcciones monumentales, incluidas las primeras pirámides. En la cúspide del poder, la gran pirámide de Giza se eleva en el horizonte. Pero esta época augusta llega a su fin: las arcas reales están vacías por las grandes construcciones, el poder se diluye, se suceden malas cosechas y un cambio climático.

Mentuhotep II, un rey guerrero de Tebas, reunifica Egipto y da paso al Reino Medio. El poder de los gobernadores locales decae y Amenemhat, un ambicioso visir, utiliza la profecía para justificar su reinado. Sus herederos constituyen la XII Dinastía: una estirpe de faraones que emplea la literatura para ostentar su prestigio y ahuyentar a los enemigos. Conquistan extensos territorios en lo que hoy es Sudán, reclaman el oro de la región y construyen enormes fortalezas en el sur para proteger su imperio. Sin embargo, las luchas internas y los hicsos, que suponen una amenaza existencial para su civilización, acaban con la edad de oro egipcia. ¿Cómo preservará el faraón su imperio? La resistencia egipcia elabora una hábil propaganda para socavar la pretensión de poder de los hicsos.

En 1550 a.C., Amosis I expulsa a los hicsos y reunifica Egipto una vez más. Es el comienzo del Nuevo Reino: una época de imperio y gloria, en la que el poder del faraón trasciende las fronteras. Amosis I integra a las mujeres de la realeza, como su esposa Ahmose-Nefertari, en las instituciones faraónicas y religiosas. Hatshepsut accede al poder junto a su hijastro y su conexión con el sacerdocio le proporciona legitimidad. La aldea de artesanos reales de Deir el-Medina rebosa de trabajadores, ingenieros y escribas comprometidos con la construcción de tumbas faraónicas en el Valle de los Reyes. Sus vidas reflejan la experiencia cotidiana de la gente común. Sin embargo, a medida que el poder del sacerdocio desafía al faraón, esa lucha sacudirá la sociedad egipcia hasta sus cimientos.

Amenhotep IV sube al trono en 1350 a.C. y desafía las antiguas tradiciones. Cambia su nombre por el de Akenatón y establece como dios único a una oscura deidad solar, lo que provoca la furia del sacerdocio de Amón. El faraón recurre a la fuerza para suprimir las antiguas instituciones religiosas y traslada la capital a Amarna. Sus decisiones tienen consecuencias sociales, económicas y políticas. Un renacimiento simultáneo del arte y las representaciones del faraón revela un reino en desacuerdo con las antiguas costumbres. Akenatón perece en misteriosas circunstancias y cuando Nefertiti interviene para guiar al joven rey Tutankatón, este cambia de nombre, lo que supone un retorno al antiguo orden. Su legado, y el de su padre, serán casi borrados a medida que el poder vuelve al status quo.

Un general asciende a faraón tras la muerte de Horemheb y da comienzo la XIX Dinastía, conocida por su poder insaciable, que borra el legado anterior, centraliza el poder y reforma la administración. Ramsés II entra en guerra contra el Imperio Hitita. La batalla no es concluyente, pero la convierte en una gloriosa victoria para una gran campaña propagandística. Los templos lo representan como el rey guerrero invicto. A su muerte, los aspirantes al trono desencadenan una guerra civil. El Egipto de Ramsés III está plagado de dificultades: sequías, escasez de alimentos, la primera huelga laboral conocida, un intento de asesinato y las invasiones de un misterioso pueblo conocido como los pueblos del mar. ¿Cómo ejercerán el poder los faraones en un reino acosado por los conflictos?

A finales de la Edad de Bronce, Egipto se enfrenta a numerosas amenazas. Tras la conquista persa en el 525 a.C., otra potencia extranjera se hace con el trono en el 332 a.C., aunque Alejandro Magno permite a los egipcios mantener sus costumbres. A su muerte, los Ptolomeos revitalizan el reino y convierten Alejandría en un gran centro cultural. La dinastía Ptolemaica reina durante casi 300 años, pero el espectro de Roma acecha y Egipto acaba bajo su esfera como centro agrícola. Cleopatra VII forja alianzas estratégicas con los gobernantes romanos y se relaciona con Isis y Hathor para legitimar su reinado. Más de 3.000 años de dominio faraónico llegan a su fin cuando una vida se apaga de repente, pero Egipto y sus faraones siguen fascinando al mundo más de 2.000 años después.